por Alfonso Rodríguez Sapiña
Poeta. Pensador. Escritor en "El Perro Rojo".
El camino que va de enfermar a
tomar posición de que realmente sí necesitas medicación, pero que la atención
psiquiátrica es un absoluto desastre, de que los métodos y conocimientos psi
dejan mucho que desear, de que cuesta mucho explicarse ante amigos y más ante
familiares: te encuentras con ingresos, silencios, provocaciones por parte de
los profesionales. Las personas concienciadas sobre el problema resultan ser
pocas, y todas con una visión parcial.
Los familiares no te creen cuando
les cuentas que te ataron a la cama sin justificación alguna, o cuando un
mostruito de seguridad hace el saludo fascista frente a ti. No quieren confiar
en ti cuando sientes la necesidad de cuestionar la cantidad o clase de
medicación. En algunos casos el ambiente familiar ha generado la enfermedad,
cuando no el de estudios o laboral. En todos ellos el ambiente preestablecido
es incapaz de gestionar, en un principio al menos, “esa personalidad rota”,
digámoslo así. Los que te acompañan en tu día a día deberán animarte, escuchar
tus dudas, delirios y sentimientos diversos.
Los familiares no creerán que es
buena la aplicación de electro-shock o una lobotomía, pero si se lo dice un
psiquiatra con suficiente autoridad, podrán creer cualquier cosa… ¡porque la
mente es un misterio!... y desde luego la crueldad y la estupidez también… ¡¿si
estuviera legalizada la esterilización como en tiempos todavía más oscuros,
usted, familiar de “un enfermo mental”, lo aprobaría?! Vamos a ver si pensamos
por nosotros mismos… ¿no sería mejor que ante una crisis se estableciera un
protocolo de actuación para evitar ingresos? Y en caso de ingresar: ¿no debería
ser más de acuerdo a un centro de descanso, tratamiento y rehabilitación, que
no de acuerdo al “fantasmal” Manicomio donde se aplicaban “tecnicas” sin ton ni
son y, poco menos que hacinados, gente de muy distinta problemática “convivía”
allí? Y después de años algunos todavía no han logrado hacer vida fuera. Entre
un sitio de estos y un calabozo no hay mucha diferencia… bueno, en verdad sí,
la comida en los calabozos está más rica…
Aunque lo plantee mediante una
broma esto ha sido y sigue siendo una pesadilla entre nosotros por mucho que no
se comente o por mucho que estemos “acostumbrados”.
Enfermamos precisamente en un
país con un alto porcentaje de paro, donde los trabajos a que puede aspirar un
joven son mal remunerados, poco gratificantes y donde no existe ninguna
cobertura específica para nuestra problemática que es, por ende, una
problemática individual: tantas como diagnosticados somos.
La medicación no es gratuita,
¿qué ocurre?, ¿este Estado no puede negociar con las farmacéuticas (cuyos
propietarios amasan millones) un precio relativamente asequible para que el
usuario o familiar de usuario de Salud Mental, tenga asegurada su medicación?
La salud es un derecho. Y en salud además, por su puesto, se trata de “prevenir
antes que curar”. Claro que no vamos a ser tan utópicos como para pretender que
un Estado que no es capaz de asegurar otros tantos derechos universales,
detenga una tendencia que viene de antes, pero que se ha agravado con la
crisis; para ser el gran benefactor que nos venden tantos políticos.
Cuando digo: “no vamos a ser tan
utópicos”, no digo que nosotros los usuarios (psiquiatrizados o no) y los
profesionales que nos atienden tengan claro hasta qué punto es clasista nuestra
sociedad.
Los profesionales, en tanto
trabajan, se pueden sindicalizar o, por lo menos, tienen un grado de cultura
más elevado (por lo general). Están más al tanto del rumbo social y político
que debería seguir “todo este asunto”. Es probable que de ellos surjan
propuestas superadoras de mayor calado que entre los usuarios.
Pero una cosa es tristemente
irrenunciable: la experiencia ante la brutalidad, el cinismo y la chapucería de
los que como yo aún nos preguntamos:
¿REALMENTE QUIÉN ES EL ENFERMO?
Jodida pregunta, porque un examen
atento nos obligaría no sólo a cuestionar la noción de mente, como algo
separado del cuerpo o, más allá: ¿qué es eso de una mente dentro de un cuerpo?
Si lo más generalizable sobre tal cosa es que “la mente genera pensamientos,
que en caso de enfermedad son obsesiones o delirios”… fantástico, porque se
recurre a una vieja clasificación de Freud y se omite (seguro que
deliberadamente) la perversión que dicho en “cristiano” son el sadismo y el
masoquismo.
Algunos sabemos que incluso
añadiéndole un factor más a la enfermedad mental, seguiríamos sin tener algo
riguroso, pero por lo menos toda esa gente que busca dañar estaría en
tratamiento, nos evitaríamos cárceles, parlamentos, patronales y algún que otro
psiquiatra.
Por otra parte, no existe una
noción de “personalidad sana” entre todas las “ciencias psi”, que la separe
tajantemente de una “personalidad enferma”. Cabría preguntarse ahora más bien,
en este sistema:
¿REALMENTE QUIÉN HAY SANO?
También jodida pregunta, porque
nos obliga a pensar en otros términos. En el sentido de que cada persona que
compone una sociedad clasista, patriarcal, homófoba y que no ha entendido
todavía el desarrollo de los niños-as, es susceptible de enfermar de una forma
u otra. Claro que lo más llamativo será el enfermar del psicótico, porque éste
querrá realizar su irrealizable fantasía y, al delirar, sentirá un miedo
insufrible que verterá o canalizará de una forma “rara”. No es como una
depresión, en la cual, desde fuera sólo se percibe una grandísima tristeza.
Y bien, si una personalidad “se
ha roto” debido a unas circunstancias, sea esta personalidad “psicótica” o de
otro tipo, habrá que atender al sujeto, tanto como las circunstancias que le
han hecho enfermar: su entorno. Y si tal entorno no se puede cambiar,
asegurarle otro más benigno. Claro que todo esto implicaría un cambio social
muy importante: dejar claro que “la familia” no es siempre la solución y que creer
ciegamente en ella es enfermizo (“familiaritis”), empezar a abordar los
talleres, terapias y demás servicios como un deber que debe ofrecer si no el
Estado, la “sociedad”, esto es, que sean servicios públicos, suficientes en
número y calidad. Para lo cual debemos dejar de confiar en el conductismo y la
psiquiatría oficial, que están muy enviciados en prácticas y categorías nada
científicos. De nuevo añado: pensar por nuestra cuenta, de modo profundo, lo
que nos conviene como colectivo e individualmente.
Es triste que, desde unas
Universidades que dicen haberse regenerado desde el franquismo, salgan
profesionales que ven un referente en aquellos que no ofrecen una calidad de
vida mejor al enfermado. Esto es debido, no sólo a que dichos profesionales no están
en contacto con la vida palpitante y herida de aquellos que ingresamos
–especialmente- o simplemente aquellos que fuimos diagnosticados. Es debido
también a la temática y el abordaje de los contenidos de las universidades.
Últimamente se habla mucho de que
un proyecto político emancipador debería donar los sueldos de sus
parlamentarios para vivir como “la gente normal y corriente”. Si los
trabajadores psi tuvieran que pasar por un ingreso para obtener la aprobación
de su gremio, tendrían más en cuenta el sufrimiento de muchos de nosotros y la
inutilidad de muchos métodos. Igualmente los psiquiatras deberían probar una
medicación cuando no tuvieran la certeza de que funcionara bien, a menos,
claro, que fuera totalmente contraproducente para su cuerpo.
Es muy fácil “es que con esto y
con aquello te pones mal y luego vienen los ingresos”. Seamos serios, porque
aquí no se habla de fumar unos cuantos porros y que te sobrevenga una crisis.
Simplemente estas absorto en tus pensamientos y eso produce alarma en tu
familia. Claro, frente a esta memez de interpretación y uniéndolo a una
justificación de un posible ingreso, te sale la rabia, ¿cómo no? Los familiares
tampoco saben lo que es estar ingresado un mes en una planta sin que te dé el
aire de la calle. Tampoco saben lo que es tomar una medicación que te deja
“roque” en un momento. Adiós a un sueño natural y placentero. Dicen además que
determinada medicación altera la memoria y los reflejos, ¡vaya! como los
porros… pero en menor medida… ¿por qué no crean una medicación que nos haga
reír aunque sea en menor medida?
Luego todos asienten cuando dicen
que hay que ser flexibles (en la medida que mantengamos la enfermedad a raya).
No me refiero, nuevamente, a tomarse una simple cerveza. Quedarse a dormir en
casa de un amigo o con tu novia se convierte en foco de discusión. Si sales por
la noche debes estar en casa a una hora ridícula a la que sabes que no vas a
llegar. Podemos estar enfermos, pero no dejamos de ser jóvenes. Y con ello no
quiero decir que lo único consistente en ser joven es una diversión
estereotipada.
Después te enganchas al tabaco,
un poco por dejar los porros, otro tanto porque te mueres de sueño. Conseguir
tabaco y una paga mínima también se hace difícil si no recibes dinero de una
pensión por una minusvalía que supere el 63%. Así que dependes de tus padres
y/o de trabajos cutres. La disciplina familiar es esencial para que tengas
autonomía, así que como no cumplas se acabaron el tabaco y los cafés. Bueno,
esto sería apropiado con un chaval-a que “no hace ni el huevo”, que nunca ha
hecho nada en casa. Que se ha pasado por el forro los estudios y tampoco quiere
trabajar. Hay que motivarse y esta disciplina de pedir las cosas en determinado
momento no creo que sea el mejor método. No son excusas, cuando te encuentras
feliz, haces las cosas por tu cuenta o cuando te piden que lo hagas –siempre
tratándose de tareas domésticas-.
A veces estás tan descontento con
todo que odias a la gente de tu alrededor, porque exigen sin comprenderte;
porque intentan ayudarte de una forma que no hace sino hundirte más. Porque a
veces te dicen cosas hirientes de una forma que te quedas pensando: “el muy
imbécil será capaz de decirlo con todo el corazón y pensará además que lleva
razón”. El tacto en el trato brilla por su ausencia.
Después de dar tumbos algunos
años, te encuentras con que les dan una pensión a tus padres en lugar de a ti y
que ellos tienen que administrarla. ¡Ole y ole! ¿y la autonomía donde queda?
Simplemente se te ocurre hacerte con el dinero y, con una falta total de
visión, pensar que mientras te lo gastas conseguirás un trabajo lejos de tu
casa.
¿Parece que vaya de víctima? Yo
no voy a rehuir esta cuestión, pensando que es secundario, que es una “salida”
que tienen algunos para justificar su trato y mi respuesta. No voy de víctima:
he sido víctima, y por bastantes años. Si me he comportado con crueldad, ha
sido en respuesta a otra crueldad. Con el tiempo he aprendido que más bien “hay
que pasar y seguir con lo tuyo”. Pero hay veces que la falta de conciencia
sobre lo que se dice es tan grande que te enerva. Esto casi todos los días te
lleva a comportamientos que no desearías. Ojalá que la gente no pagara con el
más débil su frustración, o su ignorancia con aquel que pretende educar. Ojalá
hubiera un sano orgullo en lugar de la soberbia propia de las jerarquías y las
disciplinas militares.
Cuando en el seno de las familias
en que ha enfermado alguno de nosotros, así como entre los profesionales, nos
tratemos en igualdad habremos dado un gran paso en no reproducir las relaciones
de dominación que son propias de nuestra sociedad. Cuando un enfermado pueda
decirle a su madre que exageró su adicción al cannabis, sin que esta se alarme
por si vuelve a “probar”, o entra en otra discusión sobre los malos efectos de
tal droga. Cuando un enfermado pueda decirle en total confianza a un
profesional que muchos de los psiquiatras deberían estar en prisión o retirados
de su profesión y que llama la atención que otros especialistas psi, así como
personal de administración practican métodos inhumanos, ya sea por una orden,
porque no saben hacer las cosas de otra forma o, simplemente porque quieren
hacerlo así.
Cuando se abra un diálogo en que
los más débiles tengan protección legal, cuando la verdad emerja con todos sus
horrores, errores y aciertos; podremos iniciar un periodo en que “la enfermedad
mental” o, mejor dicho, las distintas patologías sean entendidas socialmente y,
a partir de aquí, erradicarlas.
Ya de nada nos sirven el
pesimismo o las estadísticas o el respeto “en abstracto”. Hallada la fuente de
la injusticia, se nos impone la concienciación, la organización y la lucha por
construir otros modelos que nos vean como personas humanas con las que se puede
y debe empatizar.