El daño hepático inducido por medicamentos es la causa más
frecuente de rechazo de autorización de comercialización de medicamentos o de
retirada posterior del mercado. Se estima que se produce entre 1/10.000 y
1/100.000 pacientes-año, por tanto son detectadas generalmente cuando se han
expuesto a muchos pacientes tras la comercialización y son difícilmente
detectables en los ensayos clínicos. Pueden ser clasificados como hepatocelular,
colestásica o mixta. El daño hepatocelular se caracteriza por elevación de
alanin aminotransferasa sérica (ALT) sin aumento o un aumento pequeño en
fosfatasa alcalina sérica, cuando se asocia elevación de la bilirrubina sérica
el pronóstico es muy pobre. El daño colestásico se caracteriza por elevación de
la fosfatasa alcalina sérica (ALP) con solo un ligero incremento de la ALT; la
bilirrubina puede encontrarse también elevada. En los casos mixtos están
elevadas tanto ALT y ALP. Se considera indicativo de daño hepático una
elevación de ALT > 3 veces el límite superior de valores normales, o de
>2 veces para los valores de ALP.
Etiológicamente se clasifican con idiosincráticas o
intrínsecas. El tipo más común es idiosincrático, que se caracterizan por ser
dosis independientes e impredecibles, no suelen detectarse en ensayos clínicos.
Estas pueden estar mediadas por mecanismos inmunoalérgicos o por toxicidad
metabólica directa. La toxicidad intrínseca, es dosis dependiente y por tanto
predecible, puede producirse por acumulación y se pueden detectar en ensayos
preclínicos o clínicos.
En el 0,5-1% de los pacientes que toman antidepresivos ISRS o
IRSyN presentan empeoramiento asintomático de la función hepática, y hasta el
3% de los pacientes tratado con ADT o IMAOS. La incidencia de daño hepático causado
por antidepresivos y que requiera hospitalización se ha estimado entre 1,28 y 4
casos/100.000 pacientes-año, cuando se asocia hiperbilirrubinemia
significativa, el riesgo de muerte es >10%. Para nefazodona es mayor, se
estimaron 29 casos de daño hepático /100.000 pacientes-año y conduce a
trasplante hepático o muerte en 1 caso / 200.000 a 300.000 pacientes año, por
lo que fue retirada la autorización de comercialización.
El daño hepático inducido por antidepresivos puede variar en
su presentación, desde solamente elevación asintomática de los niveles de
enzimas hepáticas (lo más frecuente), o síntomas inespecíficos como fatiga,
astenia, anorexia, náuseas y vómitos y dolor en el tracto digestivo superior, también
pueden aparecer síntomas más específicos como ictericia, orina oscura o heces
blanquecinas y hasta un fallo hepático progresivo y fulminante con
encefalopatía hepática, pérdida de la función hepatocelular, fracaso hepático
agudo y muerte.
La elevación de enzimas hepáticos, aunque se presente sin
otros síntomas, en un paciente en tratamiento antidepresivo, debe levantar la
sospecha de daño hepático. Se debe sospechar un mecanismo inmuno-alérgico cuando
se acompañan de síntomas de hipersensibilidad como fiebre, eosinofilia, o
autoanticuerpos y el periodo de latencia es corto (<6 semanas). La ausencia
de síntomas de hipersensibilidad y un periodo de latencia prolongado (1
mes o 1 año) sugiere un mecanismo metabólico
idiosincrásico.
En el tipo hepatocelular, la retirada del agente causal conduce
a una rápida recuperación de los valores normales de ALT. Cuando los niveles
elevados de ALT coexisten con bilirrubemia alta (> 2mg /dl), a menudo
asociada a descenso del tiempo de protrombina, la retirada debe ser inmediata
dado el riesgo de hepatitis fulminante. El patrón colestásico se caracteriza
por una recuperación más lenta, habiéndose descrito casos de daño prolongado
con desvanecimiento del conducto biliar interlobular y fibrosis biliar.
Entre los factores de riesgo de daño hepático inducido por
antidepresivos se encuentra polifarmacia, dosis elevadas, daño hepático
preexistente y antecedentes de daño hepático.
La coprescripción de medicamentos que sufran metabolismo oxidativo
de fase I por los citocromos P450, los inhibidores de estos citocromos puede
aumentar las concentraciones de fármacos y los inductores las de los
metabolitos; también puede haber competencia entre sustratos de estos enzimas. Especialmente
frecuentes son las asociaciones de antidepresivos ISRS o IRSyN con
antidepresivos sedantes como trazodona y mirtazapina o con benzodiacepinas como
clonazepam y diazepam, entre ellos suele haber competición por las vías de metabolización,
y se han descrito casos de daño hepático grave con estas asociaciones.
En muchos casos se considera que el daño hepático causado por
antidepresivos tiene un mecanismo inmunoalérgico y por tanto independiente de
la dosis. Pero también se han descrito casos de hepato-toxicidad por
mianserina, sertalina o duloxetina relacionados con la titulación rápida de la
dosis y hay una clara relación entre riesgo de hepato-toxicidad y dosis del
antidepresivo agomelatina.
En los pacientes con hepatopatía prexistente al tratamiento
depresivo la reserva hepática está disminuida, por tanto cuando se causa daño adicional,
las consecuencias son más graves. Al respecto debe tenerse especial precaución
con duloxetina.
Cuando hay antecedentes de daño hepático por antidepresivos,
se debe tener en cuenta el riesgo de reactividad cruzada entre los diversos
agentes, que ha sido descrita entre antidepresivos tricíclicos y tetracíclicos
y entre ISRS.
Dado que la hepatopatía por antidepresivos es difícil de
prevenir, la detección temprana es importante. Se deben efectuar controles de
función hepática antes de prescribir un antidepresivo y de forma regular durante
el tratamiento a los 3, 12, 24 semanas y anualmente en casos de tratamiento
antidepresivo prolongado. Se incluirá un valor basal de ALT, ALP y bilirrubina,
siendo conveniente tener valores repetidos en caso de elevación de alguno de
ellos, dada la amplia variabilidad fisiológica intraindividual de estos
parámetros. También se debe interrogar al paciente en cada control por la
presencia de los síntomas antes descritos, y alentarle a informar al equipo de salud
si los presentara.
Deben considerarse causas alternativas para explicar
cualquier elevación de las enzimas hepáticas durante el tratamiento. La
revisión de la historia clínica puede identificar causas como aumento de peso,
abuso de alcohol, uso de otros medicamentos. Las pruebas serológicas pueden
detectar la presencia de hepatitis A, B, C o E, virus Epstein-Barr,
citomegalovirus o virus hérpex simple, la existencia de hepatitis autoinmune, o
presencia de niveles anormales de cobre o hierro. La ecografía permite
identificar hígado graso, presencia de litiasis en el conducto biliar.
Muchos de los síntomas que aparecen en el daño hepático
pueden ser confundidos con síntomas depresivos y conducir contraproducentes
aumento de dosis de antidepresivo o polifarmacia antidepresiva. Los algoritmos
de causalidad como el de Karch-Lasagna o el de Kramer o de Naranjo son de gran
utilidad.
Referencia: Voican
CS, Corruble E, Naveau S, Perlemuter G. Antidepressant induced liver injury: a
review for clinicians. Am J Psychiatry 2014; 171:404-15. Resumen realizado por Pol Yanguas E.
Antideprresivos y heces blanquecinas.
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